BRUCKNER ( 4 )

I V





La Sexta Sinfonía; al Amor


Escuchar las Sinfonías de Bruckner es escuchar la Vida del Genio de Sant Florián. Pero también es como escuchar Vidas Futuras.

La Sinfonía número seis es una Sinfonía de Futuro. Bruckner la tildó de "desvergonzada", quizá porque hubiera algo más de romanticismo que en las otras, pero eso es un detalle minúsculo dentro de un Universo sonoro que es esta sinfonía.

Si, probablemente Bruckner estuviera y le tocó estar en la época de los románticos, pero no lo era. Los románticos de esas épocas solían ser demasiado "nocturnos", horteras y liantes, donde para contar algo con sonidos y notas daban más vueltas que una peonza. Bruckner da vueltas, pero como vueltas dan las Galaxias alrededor de otras Galaxias; cuentan cosas las sinfonías de Bruckner que no se pueden leer en ninguna parte.

La Sexta Sinfonía tiene lo que tienen todas las sinfonías de Bruckner; elegancia, sonoridad aérea, perfección, electricidad, esa electricidad de la que hablé hace unas semanas y que algunos compositores del siglo diecinueve y principios del veinte daban a sus obras, no sé si porque se acercaba de verdad del término eléctrico y sus consecuencias, o porque sencillamente llegaba Acuario y todo lo que eso conllevaba.

Lo malo de las sinfonías de Bruckner es pensar que todas ellas estuvieron influidas por los malditos editores que le "aconsejaban dar un retoquito aquí y otro allá", y la Sexta Sinfonía no se libró tampoco de esos "consejos". Pero al ser una sinfonía más corta que las otras, creo que se libró más de hacer tres o cuatro versiones, así que, mira, un avance.

Después de todo el curro extra que tuvo que hacer Bruckner tras los consejos de sus "amigos los editores", ¿os podéis creer que las sinfonías que se interpretan ahora son las puras originarias que el autor compusiera?: Los directores que van a interpretar obras de Bruckner, siempre buscan las primeras versiones, muy pocas veces se utilizan las de un tal Paul Novack, editor, ni las de ningún otro. Además la sociedad Bruckner rescató todas las Principales Sinfonías para no entrar en aún peores equívocos.

Y es que hay que tener en cuenta que entre una cosa y otra, entre una modificación y otra, la colección de sinfonías de Bruckner asciende a más de una veintena, cuando sus sinfonías reales sólo son nueve más las dos primeras que llevaban el título de "Cero" y "Doble Cero"; una barbaridad, vaya.

Una recomendación técnica como suelo poner al final de estos trabajillos de Bruckner es que si escucháis esta sinfonía grandiosa y colosal, llena de momentos estelares y de momentos de gran tensión y espectación, es escuchar la versión que hiciera Otto Kémplerer con la orquesta de Viena, creo, aunque desde luego cualquier otro gran director es perfecto para escuchar a este grandísimo y colosal compositor que es Anton Bruckner.

""De la tranquilidad al apasionamiento, de la Creación a la triádica Creación, pero siempre sonando en los Corazones Verdaderos y Amantes de la Belleza de los Dioses.""



La Séptima Sinfonía

Ayer le comentaba a un amigo que de la Séptima Sinfonía de Bruckner casi no se podría ni hablar, y no porque a uno no le apetezca o no haya nada que decir, sino que es tan súmamente bella, sagrada y elevada, que a uno le da cosa decir algo, "Si no es más Bello que la propia Música". Así que lo intentaremos; que el Alma de Bruckner, que de seguro anda encarnada por algún krónida, me sepa perdonar si no llego y no estoy a las alturas de las diferentes circunstancias.

De nuevo vuelvo a decir que datos técnicos no voy a dar, y menos en esta especialísima Sinfonía.

Es posiblemente la segunda sinfonía más larga de toda la historia, y la primera con más fuerza anímica de las músicas que compusiera Bruckner.

Dicen los biógrafos que de Bruckner no hay muchas cosas que contar, que con un folio ya está bien servido. Me alegra tánto saber eso, y me alegra porque nos tiene que hacernos sentir orgullosos a todos; estamos haciendo historia, pues de Bruckner ya hemos dicho más cosas que un folio, y no por decir precisamente, sino por justicia.

Y es que Bruckner es música pura y netamente, no hay más historias exteriores a su arte que nos distraigan como sí lo hacían la mayoría de sus contemporáneos siempre con líos de amoríos falsos.

Esto dicho se demuestra en su infatigable creación de la belleza en la Séptima Sinfonía.

En su primer movimiento ocurre lo que ocurre en todos sus movimientos de todas sus sinfonías, con la escepción de que en esta grandiosa Sinfonía a tí mismo te salen alas para salir volando. Si, esas Alas esplendorosas que la Maga y Sabia Elia nos recordó el otro día. Entonces cuando empiezas el vuelo, algo temeroso por la velocidad y la carga emotiva, te das cuenta de lo que es realmente la existencia, más allá de materias físicas e inertes; creación y destrucción, materialización y transformación. Y de pronto sientes como si hubieras traspasado todas las barreras existentes, traspasando incluso las de la metafísica, cruzando el fondo negro de los cielos estrellados, o el fondo azul de un día soleado. El corazón se te para, la respiración ya es antigua, y tus ojos empiezan a ver por dentro lo que jamás nadie ha visto. No, no hay imágenes preseleccionadas, no hay nada que puedas saber qué es; pasa y ya está, tú te conviertes en el dios de las imágenes que estás poblando con tu sentimiento.

Es cuando llega el segundo movimiento que no sabes si estás profanando la espiritualidad de la música del autor alemán, o estás haciendo justicia con una música que casi no se la tiene en cuenta.

Si Bruckner creía o no creía en la reencarnación, en la transferencia de espíritus o en la inmortalidad de cualquiera de sus maneras, lo ignoro absolutamente, pero puedo deciros que por ahí van los puntos a seguir escuchando este segundo movimiento. Lo que se suele contar de este segundo movimiento sí merece la pena darlo a conocer, pero con su debida matización, claro está: Cuando Bruckner componía este segundo movimiento, un gran creador de músicas y admirado por todo lo alto por Bruckner, Wagner fallecía. No se sabe bien si por esa fascinación por la música y la obra del músico de Bayreuth, o por una interconexión de almas, Bruckner estaba dibujando con notas el acontecimiento. Pero por los Dioses, no un dibujo de muerte, sino de Vida, una Vida después de la Vida que se convierte de nuevo en ese pájaro que nos ha salido a nosotros también después de escuchar el primer movimiento.

Se suele pensar que los "adagios" están cargados de pena y dramatismo. Yo os puedo asegurar que el "molto adagio" de esta segunda sinfonía de dramático tiene muy poco. La lentitud no tiene nada que ver con la pena, tiene que ver también con la velocidad de ascenso cuando la alegría nos consume y nos convierte en alados. La Lentitud del segundo movimiento de la Séptima de Bruckner asegura nuestro ascenso; no hay nada que temer, está todo bajo control.

Pero, oh amigos, qué pedazo de alucine renovado cuando llega el tercer movimiento y los Guerreros del Norte surgen de las tinieblas de la barbarie y se convierten en resplandecientes Guardianes del Orden. Suben las escalas por sonidos desafiantes, se encuentran en Universos llenos de calor producido por la marcha de los Guardianes hacia la Montaña del principio de todas las grandes sinfonías.

Y el desenlace no podía ser otro que el esperado, cuando los Siete Soles se encuentran y forman la Gran y Única Gran Estrella en el cielo de todas las Noches.

¿Una buena versión? La Sinfónica de Berlín al frente del más grande de los directores vivos, Daniel Baremboin.

Queda mucho por decir de nuestro gran amigo Anton Bruckner, pero eso pasará la semana que viene en otro gran capítulo, en esa ocasión cuando llegue, será sobre su Octava Sinfonía.



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