Sistema de Inteligencia Weiß: Plantas Insumisas
Mädchen in Schwarzen 4...Farfarella
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(Chicas de negro / Chicas en Schwarz)

Las sirenas sonaban ya demasiado cerca; la policía estaba a punto de llegar.

Crawford, reaccionó y comenzó a correr hasta el camión frigorífico, aparcado varios metros más allá de donde había tenido lugar el enfrentamiento. Entró en la cabina y arrancó sin esperar si quiera a que sus chicas llegaran. La puerta del acompañante estaba abierta y Schu, de un salto, subió en marcha, situándose en el asiento del copiloto. Cerró con fuerza y vio, varios metros por delante, a Nagi. Conectando sus mentes supo automáticamente lo que la jovencita esperaba de ella y obrando en consecuencia, asomó parte de su cuerpo por la ventanilla. Cuando el vehículo pasó junto a Naoe, Schuldig la atrapó por las muñecas y tirando de ella, la introdujo en el camión. La adolescente cayó de bruces en el regazo de Schuldig, que al ver su faldita en desorden, no se reprimió esta vez a la hora de darle un pequeño azote en el trasero. Pero para variar, la telequinética no utilizó sus poderes en revancha, limitándose tan solo a responder a la "agresión" con una mirada asesina. Nagi se acomodó situándose entre sus dos compañeras de mayor edad.

"-¿Y Farfie?", preguntó la telépata Brenda miró el retrovisor viendo cómo la irlandesa se encaramaba al camión en marcha enganchándose a uno de sus laterales. "-Ha subido por la parte de atrás", dijo la americana.

"-¿Por qué utilizamos este camión en lugar de uno de los deportivos de esos tipos?. Habría sido más rápido y fácil escapar", dijo Schuldig, que si bien sabía que Crawford siempre tenía una buena razón para todo lo que hacía, sentía una tremenda curiosidad.

"- Si vendemos bien esta mercancía, podremos sacarle un buen precio" contestó Brenda con frialdad. Schu sonrió, habría abrazado a su líder allí mismo, pero se contuvo; había niñas delante...y estaban ocupadas¡huyendo!

Los agentes las habían visto; un camión frigorífico circulando a gran velocidad no es algo que pase fácilmente desapercibido. Varios coches patrulla les pisaban los talones.

"-¡Ocúpate, Nagi!" fue la orden de Crawford. La japonesa asintió y pasando de nuevo, por encima de Schuldig, asomó parte de su cuerpo por la ventanilla como antes hiciera Schuldig para recogerla. La alemana la sujetó por la cintura para impedir que la inercia la arrastrara al exterior. Naoe cerró los ojos y concentrando su poder, los abrió de nuevo enviando una onda invisible a sus perseguidores. La fuerza telequinética reventó las ruedas delanteras de varios de los vehículos que iban delante. La velocidad y el efecto carambola, hicieron el resto. Una vez fuera de peligro, Nagi volvió a su asiento y Brenda redujo la velocidad.

Schuldig, más relajada, tuvo entonces tiempo de percatarse de que estaba totalmente agotada y con una molesta sensación en todo su cuerpo¿Tan débiles eran las mujeres? Le dolían los cortes en las muñecas y el cuello y sobre todo, tenía un profundo malestar en el vientre ¿Hambre? No, era distinto y mucho más desagradable, una presión intermitente que descendía hasta sus piernas, debilitándolas y volvía a ascender, concentrándose en un punto concreto. ¿Un ataque de apendicitis? No podía ser, porque ya le habían operado de niño

A medida que se acercaban a su base, la molestia iba traduciéndose en punzadas de dolor. Con las manos oprimiendo su abdomen, se inclinó hacia delante, apoyando la frente en el salpicadero.

"-¿Te han herido?", preguntó Crawford mirándola por el rabillo del ojo.

"-No, es la regla", dijo Nagi, con un tono de voz inexpresivo

Al oír aquello, algo estalló en mil pedazos dentro de Schuldig "¡¡¡¡¡¡¿Cómooooo?!!!!!!" , gritó sin palabras, para sus adentrosEn su postura inclinada sus compañeras no podían ver su expresión horrorizada

"-¿Cómo lo sabes?", preguntó Brenda a Nagi-chan.

"-¿Cómo no voy a saber cuándo le toca, si todos los meses me roba los tampax?", contestó Naoe, con cara de fastidio. Miss Crawford se limitó a carraspear ante aquella respuesta y siguió conduciendo.

Por fin llegaron a los subterráneos del edificio Takatori. Sin salir del camión, Brenda extrajo de su bolsillo un fajo de billetes y lo repartió entre los vigilantes del parking: el vehículo y su cargamento eran botín de guerra de Schwarz y Takatori no debía saber de su existencia. Uno de los matones, informó a Crawford de que la puerta de la cámara frigorífica estaba abierta. ¿Habrían perdido la mercancía? Las tres mujeres descendieron del furgón.

Schuldig caminaba encorvada, sujetándose el vientre. Lo que vio a continuación, le revolvió el cuerpo aún más Dentro del frigorífico, y a falta de un juguete mejor con que divertirse en el trayecto, Farfarella manoseaba y observaba curiosa algunos de los órganos, que había sacado de sus contenedores.

Mientras Crawford reprendía duramente a la irlandesa por echar a perder parte de la valiosa mercancía y Nagi negaba resignadamente con la cabeza, Schu no pudo evitar ponerse a vomitar allí mismo. Quizás de haber sido el mismo Schuldig de siempre, aquel macabro espectáculo le hubiera hecho reír

Tirando de la correa de su cuello y dando muestras de un rico vocabulario de insultos y amenazas en inglés americano, Brenda arrastró a la psicópata hasta su celda.

Nagi-chan tendió un pañuelo de papel a Schuldig, que acababa de expulsar toda la comida del día en un rincón del garage.

"-Será mejor que te duches y te tomes un calmante, yo te lo llevaré", dijo la adolescente con una dulzura que muy contadas veces mostraba a sus compañeras.

La alemana asintió y se dirigió, con dificultad, a su cuartoDe nuevo maldijo a las mujeres y otra vez envidió a Farfarella, que con su inmunidad al dolor no sabía el trance por el que Schuldig estaba pasando. Al pensar en la psicópata, Schuldig recordó el espectáculo digno de casquería de hacía un momento y a duras penas evitó volver a vomitar en el ascensor.

Ya en su habitación, Schu-Schu se aseó, curó las heridas de su enfrentamiento con Yohko y se tomó la pastilla que Nagi había dejado en su mesita de noche mientras la alemana se duchaba. Al lado del vaso, Schuldig vio con horror un paquete de tampax. Tras mirar someramente las instrucciones, lo arrojó contra la pared: decidió que prefería estar mojada a intentar colocarse eso¡ahí!

Vestida únicamente con un albornoz, se sentó en la cama. No podía creer que aquella realidad alternativa durara tanto. Hacía ya un buen rato que aquella ilusión estúpida había dejado de divertirle. ¿Lo pasarían igual de mal sus víctimas cuando manipulaba sus mentes? ¿Habría enviado Eszet otro telépata para que jugara con su cerebro? Quizás sólo se trataba de una especie de venganza del destino.

¡¡¿Ya no volvería a ser él nunca más?!! ¡NO! ¡No quería admitir si quiera esa posibilidad!.

Unos golpecitos en la puerta la sacaron de su ensimismamiento. Era Brenda. La americana entró en el dormitorio luciendo una sonrisa seductora, idéntica a la que Brad reservaba sólo para Schuldig en sus momentos de intimidad.

Crawford, de pie frente a la pelirroja, acarició su cabello. "- ¿Cómo te encuentras?", preguntó.

"-¡Hecha polvo!." Dijo la telépata, exagerando el tono quejumbroso, como cuando una niña pequeña que acaba de caerse, llora más fuerte al ver acercarse a su madre.

"- Será mejor que te acuestes; el calmante no tardará en hacer su efecto". añadió Brenda con voz suave, mientras ayudaba a Schuldig a quitarse el albornoz, que dejó a los pies del lecho. Las gafas de la americana brillaron como si tuvieran vida propia ante el espectáculo del hermoso cuerpo desnudo de la joven. Sin embargo, Crawford se limitó a acariciar la mejilla de Schu, la tumbó y la cubrió dulcemente con las sábanas. Después, unió ligeramente sus labios a los de ella y apagando la luz, cerró la puerta.

La alemana sonrió en la oscuridad, olvidando completamente sus molestias. ¡Brad / Brenda tenía un lado oculto encantador que sólo Schuldig conocía! Sin saber cuándo, se rindió, por fin, al sueño.

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Ya era mediodía cuando Schuldig abrió los ojos. Sus dolores habían desaparecido, pero el calmante le había dejado una pesada sensación en la cabeza; similar a los síntomas de una resaca. Se levantó rascándose la cabeza y se dirigió al baño, arrastrando los pies. Sólo después de haber orinado y tras lavarse la cara, se percató, viendo su rostro en el espejo, de que ¡¡¡¡volvía a ser él!!!! ¡¡¡El mal sueño había terminado!!! Con lágrimas en los ojos, el alemán palpó todo su cuerpo y contempló una y otra vez su imagen reflejada en la luna de la mampara, que cubrió de besos. ¡Nunca se había querido tanto!

Pero para su sorpresa, las señales del alambre de Yohji seguían presentes¿Cuánto de lo vivido el día anterior había sido real? ¿Y cuánto obra de su imaginación? Prefirió no calentarse más la cabeza buscando una respuesta lógica. Ya trataría de averiguar lo sucedido en otro momento. Lo único que le apetecía en aquel mismo instante era celebrar su vuelta a la normalidad dando placer a un cuerpo que reconocía plenamente como suyo. Placeres que por un momento temió no poder volver a sentir.

Se duchó, perfumó y vistió, y sin perder tiempo, se dirigió al cuarto de CrawfordSin embargo, Brad no estaba. Su portátil permanecía apagado y no había rastro de él en su habitación ni en las otras dependencias de la casa. Schuldig empezó a ponerse furioso, como siempre que sus planes se truncaban.

Entonces, el telépata cayó en la cuenta de que, probablemente su líder estuviera negociando con algún cliente un precio para la mercancía que habían "confiscado" la noche anterior. O quizás había ido a recoger el coche que dejaron abandonado en las cercanías del lugar del intercambio, si es que no estaba dentro de la zona acordonada por la policía.

Nagi debía de estar todavía en clase

Así que, a falta de un plan mejor, Schuldig decidió hacer una visita a Farfarello.

Una vez dentro de la siniestra celda y por primera vez en su vida, el alemán se alegró de ver la cara llena de cicatrices del irlandés, que volvía a ser el mismo raro espécimen de género masculino de siempre. El psicópata estaba colgado del techo por los tobillos y atado en su camisa de fuerza, probablemente como castigo de Brad.

Sin liberarle de sus ataduras, Schuldig aflojó la correa que mantenía suspenso a Farfarello, con lo que el tuerto, al no poder moverse, dio ruidosamente de narices contra el suelo Sin embargo, la fuerte caída era una sensación tan delicada como una caricia para él.

"-¿Qué quieres esta vez? ¿No tienes otro a quién fastidiar?", preguntó el loco, desde el suelo, con voz ronca y gesto aburrido, temiendo que el alemán lo sacara de nuevo de sus monólogos interiores sin ninguna justificación.

"-¡He pensado que podríamos hacer daño a Dios! ¿Te apetece?", dijo Schuldig al tiempo que guiñaba un ojo

Farfarello, que, preso de su camisa de fuerza se giró como pudo hasta quedar de espaldas, sonrió malévolamente. Conocía el modo de herir al Todopoderoso al que su compañero se refería

"-Yo siempre estoy preparado para hacerle sufrir" respondió mientras su ojo dorado lanzaba un destello.

Schuldig se echó sobre Farfie como una fiera lanzándose sobre su presa y agarrándolo por las orejas, acercó sus bocas, besando con apasionada violencia aquellos labios abultados y ásperos, de los que sólo él sabía extraer el sabor más dulce.

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Dentro de su coche, en un lugar apartado del parque, donde nadie podía verle, Crawford hablaba por su móvil.

El experimento había tenido un éxito relativo. La droga que el americano había introducido en la comida del telépata, había logrado confundir y trastornar a Schuldig, produciéndole alucinaciones.

Eszet había encargado a Brad que buscara un sujeto adecuado con quien probar la efectividad del producto. Querían ver hasta qué punto la sustancia podía mermar los poderes de alguien dotado con habilidades psíquicas. Necesitaban un arma contra aquellos miembros de su plantilla cuyo poder comenzara a volverse peligrosamente incontrolable. Y aunque ninguno de los miembros de Schwarz representaba una verdadera amenaza, decidieron utilizar de cobaya al menos a uno de ellos.

El alucinógeno estaba aún en fase de desarrollo. Al parecer, producía ilusiones a partir de obsesiones o preocupaciones del individuo que lo ingería. Sin embargo, sus efectos no llegaban a las 48 horas y no rivalizaban con las habilidades de un buen telépata.

Aunque sus superiores le dijeron que la droga le sería útil para controlar a sus hombres en caso de insubordinación, Crawford era consciente de que encargándole a él que utilizara a alguno de sus compañeros como conejillo de indias, Eszet buscaba crear un ambiente de desconfianza y deslealtades entre los integrantes de Schwarz. A los ancianos no les interesaba que hubiera armonía entre los cuatro dotados más allá de lo estrictamente laboral. Los poderes de todos ellos, unidos, los convertían en un equipo fuerte si alguna vez se unían contra Eszet.

Aún consciente de ello, Brad no pudo resistir la tentación. Había sido gracioso oír los delirios del pelirrojo, a pesar de que la droga había mermado sus habilidades hasta casi hacerle perder la vida en su última misión.

Crawford no sintió el más mínimo remordimiento. Había hecho su trabajo y dado una pequeña lección al presuntuoso y manipulador alemán.

Cuando Bradley regresó, percibió en los ojos de Schuldig un brillo de emoción, que alimentó su egopero cada cual siguió con sus quehaceres; Nagi y Farfarello estaban en casa.

Sin embargo, por la noche, el pelirrojo fue a visitarle a su habitación.

-"¡Brad!Te he echado de menos"Le dijo en un susurro, abrazándole por detrás mientras el frío líder continuaba tecleando en su portátil

"-¡No me llames Brad, acostúmbrate de una vez a llamarme Crawford!", repitió el americano reacio a abandonar una causa perdida.

"-Además, sólo he estado fuera mientras dormíasPrácticamente no has dejado de verme" añadió.

Schuldig sonrió amargamente. No podía contar nada de lo sucedido a Bradley, o lo tomaría por loco..

"-Venga, deja ya de trabajar, vamos a la cama", añadió Schu-Schu hablando en voz baja muy cerca del oído del otro.

El líder de Schwarz se dio la vuelta y sonriendo, acarició el rostro de su compañero. Asintió y con suavidad, apartó la cabellera de fuego hacia atrás, dispuesto a besar su cuello .

Pero se detuvo de pronto, frunciendo el ceño.

"¿Qué ocurre?", preguntó Schuldig.

"¿Qué tienes en el cuello? Parece un mordisco"

El alemán maldijo interiormente a Farfarello y sus arrebatos de pasión.

"¿Qué dices? Seguro que lo has visto mal .Debe de ser una herida del combate de ayer"

Schuldig silenció a su jefe con un apasionado beso.No quería darle la oportunidad de revisar la marca de los dientes en su pielSin despegarse de los labios de Brad, lo llevó a hasta la cama, donde el americano ya no pudo pensar en nada que no fuera lo que se traía entre manos.

Hacia calor, mucho calor, en la calle y en aún más en el dormitorio, pero Schuldig ya no volvió a quejarse.

 

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