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Viejo o adolescente, criollo o mestizo, general,
obrero o licenciado, el mexicano se me aparece como un ser que se encierra y se preserva: máscara el rostro, máscara la sonrisa.
Plantado en su arisca soledad, espinoso y cortés a un tiempo, todo le sirve para defenderse: el silencio y la palabra, la
cortesía y el desprecio, la ironía y la resignación. Tan celoso de su intimidad como de la ajena, ni siquiera se atreve a
rozar con los ojos al vecino: una mirada puede desencadenar la cólera de esas almas cargadas de electricidad. Atraviesa la
vida como desollado; todo puede herirle, palabras y sospecha de palabras. Su lenguaje está lleno de reticencias, de figuras
y alusiones, de puntos suspensivos; en su silencio hay repliegues, matices, nubarrones, arco iris súbitos, amenazas indescifrables.
Aun en la disputa prefiere la expresión velada a la injuria: "al buen entendedor pocas palabras". En suma, entre la realidad
y su persona se establece una muralla, no por invisible menos infranqueable, de impasibilidad y lejanía. El mexicano siempre
está lejos, lejos del mundo y de los demás. Lejos, también, de sí mismo.
COMO QUIEN OYE LLOVER
Óyeme
como quien oye llover, ni atenta ni distraída, pasos leves, llovizna, agua que es aire, aire que es tiempo, el
día no acaba de irse, la noche no llega todavía, figuraciones de la niebla al doblar la esquina, figuraciones
del tiempo en el recodo de esta pausa, óyeme como quien oye llover, sin oírme, oyendo lo que digo con los ojos
abiertos hacia adentro, dormida con los cinco sentidos despiertos, llueve, pasos leves, rumor de sílabas, aire y
agua, palabras que no pesan: lo que fuimos y somos, los días y los años, este instante, tiempo sin peso, pesadumbre
enorme, óyeme como quien oye llover, relumbra el asfalto húmedo, el vaho se levanta y camina, la noche se abre
y me mira, eres tú y tu talle de vaho, tú y tu cara de noche, tú y tu pelo, lento relámpago, cruzas la calle y
entras en mi frente, pasos de agua sobre mis párpados, óyeme como quien oye llover, el asfalto relumbra, tú cruzas
la calle, es la niebla errante en la noche, como quien oye llover es la noche dormida en tu cama, es el oleaje
de tu respiración, tus dedos de agua mojan mi frente, tus dedos de llama queman mis ojos, tus dedos de aire abren
los párpados del tiempo, manar de apariciones y resurrecciones, óyeme como quien oye llover, pasan los años, regresan
los instantes, ¿oyes tus pasos en el cuarto vecino? no aquí ni allá: los oyes en otro tiempo que es ahora mismo, oye
los pasos del tiempo inventor de lugares sin peso ni sitio, oye la lluvia correr por la terraza, la noche ya es más
noche en la arboleda, en los follajes ha anidado el rayo, vago jardín a la deriva entra, tu sombra cubre esta página.
EL MAR, EL MAR Y TÚ...
El mar, el mar y tú, plural espejo,
el mar de torso perezoso y lento nadando por el mar, del mar sediento: el mar que muere y nace en un reflejo.
El mar y tú, su mar, el mar espejo: roca que escala el mar con paso
lento, pilar de sal que abate el mar sediento, sed y vaivén y apenas un reflejo.
De la suma de instantes en que creces, del círculo de imágenes del
año, retengo un mes de espumas y de peces,
y bajo cielos líquidos
de estaño tu cuerpo que en la luz abre bahías al oscuro oleaje de los días.
CONTRA LA NOCHE SIN CUERPO
Contra la noche sin
cuerpo se desgarra y se abraza la pena sola.
Negro pensar y encendida semilla pena de fuego amargo
y agua dulce la pena en guerra.
Claridad de latidos secretos planta de talle transparente vela
la pena.
Calla en el día canta en la noche habla conmigo y habla
sola alegre pena.
Ojos de sed pechos de sal entra en mi cama y entra
en mi sueño amarga pena.
Bebe mi sangre la pena pájaro puebla la espera mata
la noche la pena viva.
Sortija de la ausencia girasol de la espera y amor
en vela torre de pena.
Contra la noche la sed y la ausencia gran puñado de
vida fuente de pena.
NIÑA
A Laura Elena
Nombras el árbol, niña. Y el árbol crece, lento, alto deslumbramiento, hasta volvernos
verde la mirada.
Nombras el cielo, niña. Y las nubes pelean con el
viento y el espacio se vuelve un transparente campo de batalla.
Nombras el agua, niña. Y el agua brota, no sé dónde,
brilla en las hojas, habla entre las piedras y en húmedos vapores nos convierte.
No
dices nada, niña. Y la ola amarilla, la marea de sol, en su cresta nos alza, en los cuatro horizontes nos
dispersa y nos devuelve, intactos, en el centro del día, a ser nosotros.
ESPEJO
Hay una noche, un tiempo hueco,
sin testigos, una noche de uñas y silencio, páramo sin orillas, isla de yelo entre los días; una noche sin nadie sino
su soledad multiplicada.
Se regresa de unos labios nocturnos, fluviales, lentas orillas de coral y savia, de
un deseo, erguido como la flor bajo la lluvia, insomne collar de fuego al cuello de la noche, o se regresa de uno
mismo a uno mismo, y entre espejos impávidos un rostro me repite a mi rostro, un rostro que enmascara a mi rostro.
Frente
a los juegos fatuos del espejo mi ser es pira y es ceniza, respira y es ceniza, y ardo y me quemo y resplandezco
y miento un yo que empuña, muerto, una daga de humo que le finge la evidencia de sangre de la herida, y un yo,
mi yo penúltimo, que sólo pide olvido, sombra, nada, final mentira que lo enciende y quema.
De una máscara a
otra hay siempre un yo penúltimo que pide. Y me hundo en mí mismo y no me toco.
DAME, LLAMA INVISIBLE, ESPADA FRÍA...
Dame, llama invisible, espada fría, tu
persistente cólera, para acabar con todo, oh mundo seco, oh mundo desangrado, para acabar con todo. Arde, sombrío,
arde sin llamas, apagado y ardiente, ceniza y piedra viva, desierto sin orillas. Arde en el vasto cielo, laja
y nube, bajo la ciega luz que se desploma entre estériles peñas. Arde en la soledad que nos deshace, tierra de
piedra ardiente, de raíces heladas y sedientas. Arde, furor oculto, ceniza que enloquece, arde invisible, arde como
el mar impotente engendra nubes, olas como el rencor y espumas pétreas. Entre mis huesos delirantes, arde; arde dentro
del aire hueco, horno invisible y puro; arde como arde el tiempo, como camina el tiempo entre la muerte, con sus
mismas pisadas y su aliento; arde como la soledad que te devora, arde en ti mismo, ardor sin llama, soledad sin imagen,
sed sin labios. Para acabar con todo, oh mundo seco, para acabar con todo.
DOS CUERPOS
Dos cuerpos frente a frente son
a veces dos olas y la noche es océano.
Dos cuerpos frente a frente son a veces dos piedras y la noche
desierto.
Dos cuerpos frente a frente son a veces raíces en la noche enlazadas.
Dos cuerpos frente a frente son a veces navajas y la noche relámpago.
Dos cuerpos frente a frente son dos astros que caen en un cielo
vacío. |
EPITAFIO PARA UN POETA
Quizo cantar, cantar para olvidar
su vida verdadera de mentiras y recordar su mentirosa vida de verdades.
ELEGÍA INTERRUMPIDA
Hoy recuerdo a los muertos de mi
casa. Al primer muerto nunca lo olvidamos, aunque muera de rayo, tan aprisa que no alcance la cama ni los óleos.
Oigo el bastón que duda en un peldaño, el cuerpo que se afianza en un suspiro, la puerta que se abre, el muerto
que entra. De una puerta a morir hay poco espacio y apenas queda tiempo de sentarse, alzar la cara, ver la hora
y enterarse: las ocho y cuarto.
Hoy recuerdo a los muertos de mi casa. La que murió noche tras noche
y era una larga despedida, un tren que nunca parte, su agonía. Codicia de la boca al hilo de un suspiro suspendida,
ojos que no se cierran y hacen señas y vagan de la lámpara a mis ojos, fija mirada que se abraza a otra, ajena,
que se asfixia en el abrazo y al fin se escapa y ve desde la orilla cómo se hunde y pierde cuerpo el alma y no
encuentra unos ojos a que asirse... ¿Y me invitó a morir esa mirada? Quizá morimos sólo porque nadie quiere morirse
con nosotros, nadie quiere mirarnos a los ojos.
Hoy recuerdo a los muertos de mi casa. Al que se fue por unas horas
y nadie sabe en qué silencio entró. De sobremesa, cada noche, la pausa sin color que da al vacío o la frase
sin fin que cuelga a medias del hilo de la araña del silencio abren un corredor para el que vuelve: suenan sus
pasos, sube, se detiene... Y alguien entre nosotros se levanta y cierra bien la puerta. Pero él, allá del otro
lado, insiste. Acecha en cada hueco, en los repliegues, vaga entre los bostezos, las afueras. Aunque cerremos
puertas, él insiste.
Hoy recuerdo a los muertos de mi casa. Rostros perdidos en mi frente,
rostros sin ojos, ojos fijos, vaciados, ¿busco en ellos acaso mi secreto, el dios de sangre que mi sangre mueve,
el dios de yelo, el dios que me devora? Su silencio es espejo de mi vida, en mi vida su muerte se prolonga: soy
el error final de sus errores.
Hoy recuerdo a los muertos de mi casa. El pensamiento disipado,
el acto disipado, los nombres esparcidos (lagunas, zonas nulas, hoyos que escarba terca la memoria), la dispersión
de los encuentros, el yo, su guiño abstracto, compartido siempre por otro (el mismo) yo, las iras, el deseo y
sus máscaras, la víbora enterrada, las lentas erosiones, la espera, el miedo, el acto y su reverso: en mí se obstinan,
piden comer el pan, la fruta, el cuerpo, beber el agua que les fue negada. Pero no hay agua ya, todo está seco,
no sabe el pan, la fruta amarga, amor domesticado, masticado, en jaulas de barrotes invisibles mono onanista
y perra amaestrada, lo que devoras te devora, tu víctima también es tu verdugo. Montón de días muertos, arrugados
periódicos, y noches descorchadas y amaneceres, corbata, nudo corredizo: "saluda al sol, araña, no seas rencorosa..."
Es un desierto circular el mundo, el cielo está cerrado y el infierno
vacío
LA CALLE
Es una calle larga y silenciosa.
Ando en tinieblas y tropiezo y caigo y me levanto y piso con pies ciegos las piedras mudas y las hojas secas y
alguien detrás de mí también las pisa: si me detengo, se detiene; si corro, corre. Vuelvo el rostro: nadie. Todo
está oscuro y sin salida, y doy vueltas y vueltas en esquinas que dan siempre a la calle donde nadie me espera
ni me sigue, donde yo sigo a un hombre que tropieza y se levanta y dice al verme: nadie. | |
LA VIDA SENCILLA
Llamar al pan y que aparezca sobre
el mantel el pan de cada día; darle al sudor lo suyo y darle al sueño y al breve paraíso y al infierno y al cuerpo
y al minuto lo que piden; reír como el mar ríe, el viento ríe, sin que la risa suene a vidrios rotos; beber y
en la embriaguez asir la vida, bailar el baile sin perder el paso, tocar la mano de un desconocido en un día de
piedra y agonía y que esa mano tenga la firmeza que no tuvo la mano del amigo; probar la soledad sin que el vinagre
haga torcer mi boca, ni repita mis muecas el espejo, ni el silencio se erice con los dientes que rechinan: estas
cuatro paredes papel, yeso, alfombra rala y foco amarillento no son aún el prometido infierno; que no me duela
más aquel deseo, helado por el miedo, llaga fría, quemadura de labios no besados: el agua clara nunca se detiene
y hay frutas que se caen de maduras; saber partir el pan y repartirlo, el pan de una verdad común a todos, verdad
de pan que a todos nos sustenta, por cuya levadura soy un hombre, un semejante entre mis semejantes; pelear por
la vida de los vivos, dar la vida a los vivos, a la vida, y enterrar a los muertos y olvidarlos como la tierra
los olvida: en frutos... Y que a la hora de mi muerte logre morir como los hombres y me alcance el perdón y la
vida perdurable del polvo, de los frutos y del polvo. |
LAS PALABRAS
Dales la vuelta, cógelas del
rabo (chillen, putas), azótalas, dales azúcar en la boca a las rejegas, ínflalas, globos, pínchalas, sórbeles
sangre y tuétanos, sécalas, cápalas, písalas, gallo galante, tuérceles el gaznate, cocinero, desplúmalas,
destrípalas, toro, buey, arrástralas, hazlas, poeta, haz que se traguen todas sus palabras.
MAR POR LA TARDE
Altos muros del agua, torres altas,
aguas de pronto negras contra nada, impenetrables, verdes, grises aguas, aguas de pronto blancas, deslumbradas.
Aguas como el principio de las aguas, como el principio mismo antes
del agua, las aguas inundadas por el agua, aniquilando lo que finge el agua.
El resonante tigre de las aguas, las uñas resonantes de cien tigres,
las cien manos del agua, los cien tigres con una sola mano contra nada.
Desnudo mar, sediento mar de mares, hondo de estrellas si de espumas
alto, prófugo blanco de prisión marina que en estelares límites revienta,
¿qué memorias, qué rocas, yelos, islas, informe confusión de aguas
y nada, qué mares, encendidos prisioneros, dentro de ti, bajo tu pecho, cantan?
¿Qué violencias recónditas, qué labios, conmueven a tu piel de verdes
llamas?, ¿qué desoladas aguas, costas solas, qué mares invisibles, mar, alías?,
¿dónde principias, mar, dónde te viertes?, ¿dónde principias, tiempo,
vida mía, ejército de humo y de mentira, adónde vas, latido, carne, sueño?
¿Dónde te viertes, avidez de nada? No soy la piedra que se precipita,
soy su caída, y más, soy el abismo, el círculo de sombra en que se ahonda.
Tiempo que se congela, mar y témpano, vampiro de la luna o se despeña:
madre furiosa, inmensa res hendida, mar que te comes vivas las entrañas. |
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Poeta y ensayista mexicano nacido en Mixcoac, Ciudad de México en 1914. Es
un poeta de todas las horas. Prevalece en sus poemas la madurez del día, madurez gozosa que se identifica con el encuentro
y el abrazo nupcial de la pareja. Paz, es el poeta de las nupcias: en sus textos líricos copulan el cielo y la tierra, el
hombre y la mujer, los animales, los astros, las plantas, las palabras, y copulan alegre y satisfactoriamente. A través del
amor y el erotismo, Paz descubre y puebla un mundo en el que el hombre y la mujer luchan, se despedazan y surgen nuevamente
de sus cenizas. En 1990 obtuvo el Premio Nobel de Literatura como reconocimiento por su obra. Entre
sus libros más destacados, se encuentran «El Laberinto de la Soledad», «El Arco y la Lira», «Águila o Sol» y «Libertad
bajo Palabra». Falleció en 1998.
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