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·  San  Mateo Correa  ·

Nació en Tepechitlán Zacatecas el 22 de julio de 1866. Fueron sus padres Rafael Correa y Concepción Magallanes. Fue bautizado en el templo parroquial el día 23 del mismo. sus padrinos fueron el párroco del lugar Procopio del Toro y Luisa Correa. Fue confirmado por el Señor Obispo D. Ignacio Mateo Guerra, siendo su padrino el Señor Cura D. Jesús Robles.

Realizó sus estudios de primaria ayudado por el Señor Presbítero Eufemio Estey en Jerez, Zacatecas, y los terminó en Guadalajara, Jalisco. El 12 de enero de 1881 regresó a Zacatecas para ingresar al Seminario, donde fue admitido de caridad y por cuatro años fue el portero del plantel. Por sus buena conducta y aplicación al estudio se le concedió una beca y así pudo ser admitido como alumno interno.

Fue ordenado sacerdote el 20 de agosto de 1893, y el 1º de septiembre cantó su primera misa en la parroquia de Fresnillo, Zac. Durante año y medio fue capellán de la Hacienda de Mezquite; diez meses fue capellán de la Hacienda de Trujillo. En 1897 fue capellán de San Miguel de la parroquia de Valparaíso. Dos meses fue vicario cooperador de la parroquia de Valparaíso; después fue capellán de Mezquitic, Jal.

De 1898 a 1905 fue párroco de Concepción del Oro, Zac, donde conoció y tuvo amistad con la familia Pro Juárez, y a él le tocó administrar la primera comunión al Beato Miguel Agustín Pro Juárez, sacerdote jesuita muerto en la persecución religiosa.

En 1905 fue enviado a Colotlán como párroco y estando en ese cargo estalló la persecución maderista en 1910. Los revolucionarios persiguieron con saña al Señor Cura. Para evitar la persecución, atendiendo órdenes de sus superiores, dejó Colotlán y se fue a León, Guanajuato. Calmada la revolución regresó a Colotlán, donde permaneció hasta el año de 1914.

De 1914 a 1917 fue párroco de Noria de Ángeles, Zac. En diciembre de 1917 fue nombrado párroco de Huejucar, Jal., hasta 1920 fecha en que recibió la parroquia de Guadalupe, Zac. En 1922 y durante el resto del año trabajó en la parroquia de Tlaltenango, y en 1923 regresó a Colotlán, donde además de ser párroco, fue también Vice-rector del Seminario. En 1926 dejó Colotlán y se trasladó a Valparaíso, después de restablecer su salud en la ciudad de Zacatecas. La llegada del Señor Cura a Valparaíso coincidió con la labor que el grupo de la Acción Católica de la Juventud Mexicana (A.C.J.M.) hacía en el pueblo, ya que daban a conocer el manifiesto que el comité general de la Acción Católica había enviado, juntaban firmas para pedir al Congreso la derogación de las leyes persecutorias.

El día 2 de marzo llegó a Valparaíso el General Eulogio Ortiz, quien luego se enteró de los trabajos de los miembros de la A.C.J.M. en el pueblo y, lleno de ira mandó que ante él se presentaran los sacerdotes Correa y Arroyo, a quienes hacía responsables de la labor de dicho grupo. Puso en la cárcel a Vicente Rodarte (más tarde sacerdote), a Pascual R. Padilla y a Lucilo J. Caldera, presidente de la A.C.J.M.

Presentes los sacerdotes Mateo Correa y J. Rodolfo arroyo ante el General Ortiz tuvieron este interrogatorio: "¿Cuál es su labor aquí?", preguntó el general al Señor Cura Mateo Correa Magallanes. "Labor de paz", contestó inmediatamente. "¿Esta es labor de paz?", repuso el general mostrando el manifiesto y las firmas recabadas. "El Señor Cura no sabe nada, no conoce el Manifiesto. Acaba de llegar", aclaró el Padre Arroyo. Lleno de ira, Ortiz gritó: "Sí, no sabe nada, no conoce el Manifiesto y haciendo lumbre". Luego añadió: "Prepárense porque los voy a llevar a Zacatecas para ponerlos presos por sediciosos. ¿Tienen en qué ir?". "No", contestaron los sacerdotes. "Pues irán a pie", agregó el general. "Como guste, mi general", dijo San Mateo Correa.

Todo el pueblo estaba enterado de las arbitrariedades del general y los ánimos se exaltaban, pero tanto nuestro Mártir como el padre vicario, durante toda la tarde del día 2 de marzo, se dedicaron a calmarlos y fue grande su preocupación, pues se tomaban determinaciones drásticas contra el general y sus soldados. Por miedo al pueblo, que ya se había propuesto impedir que a sus sacerdotes y sus muchachos de la Acción Católica fueran llevados a Zacatecas, muy de mañana el día 3 de marzo, el General Ortiz y sus quince soldados salieron de Valparaíso, hasta sin desayunar. Se dice que dejaron la mesa servida.

De la Hacienda de San Mateo, el General Ortiz mandó recado al Presidente municipal de Valparaíso, te Apellido Talamante, le ordenó que mandara a Zacatecas a los sacerdotes y a los muchachos de la A.C.J.M. En el pueblo se acordó que una comisión de damas fuera a Zacatecas para ver si lograba que todo quedara en paz; pero nada consiguieron con el general, quien trató muy mal a aquellas personas: las señoras María Santos Medina y Cenobia Cosío, y las señoritas María López y Rosa Rivas. También hablaron con el gobernador interino, D. Leonardo Reséndiz Dávila, pero nada positivo pudieron lograr.

El 8 de marzo regresaron a Zacatecas la Sra. Cosío y la Srita. López e inmediatamente comunicaron al Padre Correa que Ortiz estaba inflexible y que además el Señor Obispo D. Ignacio Plascencia y Moreira les aconsejaba que cumplieran con la orden del general y se presentaran en Zacatecas. El mismo día, a las ocho de la noche, el Señor Cura, su vicario y los tres muchachos de la A.C.J.M. se pusieron en camino y llegaron a Zacatecas el día nueve a las diez de la mañana. Ya en Zacatecas, fueron directamente a ver al gobernador, quien les hizo saber que ciertamente no había delito que perseguir, pero que Ortiz se había propuesto molestarlos; les aconsejó que durante ese día se escondieran; que no se presentaran a Ortiz; que era prudente esperar a ver si efectivamente el general se iba definitivamente de la ciudad y dejaba la jefatura, ya que había rumores de que ese día Ortiz saldría para Durango y no regresaría a Zacatecas.

Fueron a hospedarse al Hospital de San José, donde San Mateo Correa tenía una hermana religiosa. A las diez de la mañana del 10 de marzo, el gobernador mandó llamar a nuestro Santo para comunicarle que no había remedio, que se comunicara con el general, que aún no dejaba Zacatecas. Inmediatamente se fueron a la jefatura. El General Ortiz, al tener en su presencia a los sacerdotes y a los jóvenes, preguntó: "¿Por qué no habían venido?". "Por falta de dinero", respondió el Padre Correa. "Pobrecito clero mexicano, ¡tan pobre que está!", dijo Ortiz con marcada ironía. El general regañó con palabras muy duras a los muchachos, luego ordenó a su secretario que fueran consignados al Agente del Ministerio Público bajo el cargo de sedición.

Desde el 10 de marzo hasta el día 13, los cinco reos estuvieron encerrados en un cuarto inmundo, luego fueron llevados a la cárcel de Santo Domingo, donde estuvieron hasta el día dieciséis del mismo. En este lugar les permitieron tener visitas y todo lo necesario.

Ese día el Juez de Distrito ordenó la libertad de los detenidos por no haber delito que perseguir. Esto causó gravísimo enojo al General Ortiz, que se sintió burlado y juró vengarse en la persona de nuestro Santo zacatecano.

El 17 de marzo, después de celebrar la Santa Misa, el Señor Cura y sus compañeros regresaron a Valparaíso, donde el pueblo fue a recibirlos con mucho cariño y alegría; fueron al templo a rezar el santo rosario, y al terminar, el Padre Correa predicó sobre el amor a los enemigos. Los miembros de la A.C.J.M. pidieron que se les diera la bendición con el Santísimo. De nuevo en su parroquia, San Mateo Correa se entregó con renovados bríos a su ministerio, no sólo en el pueblo, sino también en los ranchos, donde a chicos y grandes enseñaba el catecismo.

La predicación de nuestro Mártir hizo que muchos enemigos de la Iglesia reconocieran sus errores y se convirtieran. Muchos descarriados volvieron al buen camino. Se intensificó la fundación de grupos de la A.C.J.M. y el Santo zacatecano se constituyó en el alma de esta campaña.

Los miembros de la A.C.J.M. de Valparaíso, caldeados por la persecución, desarrollaron una intensa labor, y por haberse fijado en las paredes de las casas ejemplares del Manifiesto y programas de la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa, varias personas fueron llevadas presas a la ciudad de México; pero como no había delito que perseguir se les puso en libertad, siendo otro fracaso para el General Ortiz que fue quien tomó presos a los muchachos y, con esto, aumentaba su odio contra el Padre Correa, ya que creía que el párroco de Valparaíso era el director y responsable de todo lo que los muchachos hacían.

El Señor Cura Correa fue invitado por el Sr. José María Miranda a la Hacienda de San José de Sauceda para descansar unos días, y habiendo aceptado la invitación, llegaron a dicha población el 23 de diciembre de 1926.

El domingo 30 de enero d 1927, vino a San José de Sauceda un señor y rogó a San Mateo Correa fuera al rancho de La Manga para que atendiera a su mamá que estaba gravemente enferma; El Padre Mateo dijo inmediatamente que iría y que llevaría el Sagrado Viático. Comunicó lo anterior al Sr. Miranda y éste determinó acompañarlo; en un carro tirado por mulas salieron rumbo al rancho donde estaba la enferma. Al llegar a la Mesa de San Pablo vieron a lo lejos una espesa polvareda y el Sr. Miranda dijo a nuestro Mártir: "Se me hace que aquello es tropa que viene, vamos a egresarnos para ocultarnos". "No", dijo el Santo zacatecano, "Nos pueden ver y nos hacemos de delito". Solamente tomaron cierta precaución, el Padre Mateo Correa tomó las riendas del carro como si fuera un servidor del Sr. Miranda y siguieron adelante.

A poco caminar se encontraron con la tropa del Mayor José Contreras, que cuatro días antes había sido derrotado por los cristeros de Huejuquilla, Jal. Ya había pasado parte de la tropa y nadie los había molestado, pero entre los soldados iba un agrarista de nombre J. Encarnación Salas, quien conocía perfectamente al Padre Correa y al Sr. Miranda. Le comunicó al mayor que ahí estaba el Señor Cura de Valparaíso, y el mayor mandó inmediatamente a un oficial para que los aprehendiera. Al presentarse el oficial, el Sr. Miranda dijo que aquel hombre era su sirviente, pero el oficial inmediatamente sacó de la bolsa del saco de nuestro Mártir el "Manual de Párrocos" que tenía escrito su nombre y le preguntó: "¿A dónde iba a decir Misa el padrecito?". Les comunicó que quedaban detenidos y que podía ir delante o detrás de la columna militar. Esta circunstancia fue aprovechada por el Santo zacatecano para ir a toda prisa y llegar a la hacienda antes de que llegaran los soldados y depositar en el Sagrario de la capillita de la hacienda el Sagrado Viático que llevaba a la enferma. Además del "Manual de Párrocos" los soldados recogieron los Santos Oleos, una patena y un mantel.

De la hacienda siguieron para Fresnillo en el auto del Sr. Miranda. Mas o menos a las cinco de la tarde llegaron a Fresnillo, donde los reos fueron llevados a la inspección de policía y, de esa dependencia, poco más tarde, fueron llevados a la cárcel pública, donde los presos de mofaron del Padre Correa, quien pacientemente soportó todas las burlas. De la cárcel común los trasladaron a una sala que llamaban la enfermería y ahí pasaron la noche del domingo y del lunes. El martes, como a las cuatro de la tarde, los sacaron y los llevaron a la estación del ferrocarril para trasladarlos a Durango.

En una plataforma del ferrocarril subieron el carro donde iban el Señor Cura Mateo Correa y el Sr. Miranda, otro carro iba lleno de soldados. A Durango los condujo el tren del general Ortiz. San Mateo Correa, durante el camino, se mostró muy amable con los soldados y les hizo algunos regalos.

Llegaron a Durango el día 3 de febrero a las nueve treinta de la noche; dos oficiales llevaron a nuestro Mártir y al Sr. Miranda a cenar y regresaron con el fin de dormir en el carro, pero fue imposible por la incomodidad. El día 4 los bajaron del tren y por espacio de tres horas permanecieron junto a la tropa en un corral; por fin, los llevaron a la Jefatura Militar, que estaba en el edificio que había sido Seminario Diocesano. En la jefatura fueron encarcelados con otros reos. El Santo zacatecano se ganó la amistad y confianza de todos los detenidos, les daba consejos y regalos.

El día 5 muy de mañana se presentaron dos oficiales a pasar revista a los presos y los reprendieron por no haber hecho el aseo del salón que les servía de cárcel; el Padre Correa pidió una escoba al sargento de guardia y se puso a barrer. Compartía su comida con los presos y al terminar de tomar los alimentos daban gracias a Dios. Por la noche todos rezaban el santo rosario. El mismo día 5, como a las nueve de la mañana, rezó el oficio divino y durante todo ese día se le vio muy preocupado. Por la noche, después de merendar, él solo rezó el rosario y, al terminar, se puso a platicar con los demás presos. Estos eran el Sr. Miranda, Jacinto Marrufo y Emilio Valdez. Cuando más adentrados estaban en la plática llegó el sargento de guardia y dijo: "Señor Mateo Correa, arregle sus cosas porque le manda hablar el General Ortiz". Se despidió de sus compañeros, le dio la bendición al Sr. Miranda y salió acompañado del sargento, quien le condujo a la presencia del General Ortiz, quien ordenó al Santo Sacerdote: "Primero va usted a confesar a esos bandidos rebeldes que ve ahí y que van a ser fusilados en seguida; después ya veremos que hacemos con usted". Él confesó a aquellos cristianos y los ayudó a bien morir. Al terminar, se acercó el General Ortiz y le dijo: "Ahora va usted a decirme lo que esos bandidos le han dicho en confesión". "¡Jamás lo haré!", dijo San Mateo Correa. "¿Cómo que jamás?", vociferó el general. Inmediatamente, muy irritado, gritó: "Voy a mandar que lo fusilen inmediatamente". "Puede hacerlo", fue la respuesta, "pero no ignora usted, general, que un sacerdote debe guardar el secreto de la confesión. ¡Estoy dispuesto a morir!".

El día 6 de febrero, de madrugada, los soldados sacaron a nuestro glorioso Mártir de la Jefatura Militar, le llevaron rumbo al panteón oriente hasta un lugar solitario, lejos de la ciudad, y allí le quitaron la vida. En el mismo lugar de su muerte quedó el cadáver insepulto durante tres días.

El Sr. José María Martínez, al regresar de sus labores del campo, encontró el cadáver y fue a dar parte a las autoridades del Estado. Estas le ordenaron que fuera a dar parte a la Jefatura Militar y se presentó ante el General Ortiz para hacerle saber que rumbo del panteón oriente había un cadáver insepulto. Ortiz, groseramente, dijo a aquel hombre: "Y qué quiere que yo haga, lárguese y cómaselo", a lo que el Sr. Martínez dijo: "General, sólo cumplí una orden al venir con usted".

Algunas personas que se dieron cuenta del lugar donde estaba el cadáver fueron inmediatamente con ánimo de recogerlo para sepultarlo, pero por el camino se encontraron a algunos soldados que ya habían sepultado el cadáver en el lugar mismo de su muerte. Siguieron, pues, adelante y al llegar al lugar de su muerte se dieron cuenta de que el cuerpo había sido arrastrado a aquel sitio, pues en las piedras se encontraron cabellos ensangrentados y en el pasto se veía la huella tanto del cuerpo como de los pies de los verdugos. De ese mismo lugar se recogió el sombrero y un pedazo de mascada que pertenecían al sacerdote fusilado.

En ese lugar estuvo sepultado el cadáver por un tiempo, pero poco después se hicieron gestiones y sus restos fueron trasladados al panteón. Actualmente sus restos se encuentran en la Catedral de Durango, en la Capilla de San Jorge Mártir. Así mismo, en la Catedral Basílica de la Ciudad de Zacatecas se encuentran algunas reliquias que fueron trasladadas a este lugar tras la canonización de San Mateo Correa Magallanes el día 21 de mayo del año 2000 por el Papa Juan Pablo II.

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