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ENCUENTRO EN ODESBUEIS II

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Ciclo; "El Horror en el Metropolitano".

En todas las grandes ciudades del mundo están obligados a tener lo que se conoce como "Metro", ya que es el medio de transporte más rápido y a lo mejor más económico de entre todos los medios de transporte.

En todos esos "Metros" de las distintas ciudades del mundo hay que hacer lo mismo si quieres montarte en uno de sus vagones; bajar. Bajar siempre supone algo no muy cómodo, sobre todo si en tu modus vivendi está el Subir, que es lo más sano que hay para el Espíritu.

Una vez dentro de ese infierno en miniatura, -o a tamaño natural, depende de la profundidad de las distintas estaciones- puedes recorrer su laberinto como te venga en gana. Si conoces los itinerarios y sabes a dónde te diriges, no habrá mayor problema, pero, ¿y si no?

UN DISTINTO AMANECER

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" Puedo coger la línea Azul o la Verde o la Roja, da lo mismo, en todas ellas hay gente y más gente". Se decía Rodhen a la misma hora mañanera de todos los días. "Probaré a coger la línea Amarilla, nunca he ido por esa, es posible que la cosa cambie".

Para coger la línea Amarilla Rodhen debía de ir por un nuevo lugar. Había oído hablar del extenso pasillo por el que habría de pasear para llegar a la citada línea Amarilla, pero como el que oye hablar de cualquier otra cosa; no le dio la menor importancia.

Hasta llegar al mencionado pasillo, Rodhen hubo de bajar escaleras y más escaleras; mecánicas y no mecánicas, pasar junto a todo tipo de vagabundos y gentes de mal vivir.

Cuando llegó al tortuoso pasillo notó la profundidad a la que se hallaba, el silencio casi total junto con ese sonido característico de las cuevas donde hay mucha humedad y las gotas caen en charcos ya formados desde no se sabe cuándo. La luz era más bien escasa, los fluorescentes que había a lo largo e interminable del pasillo parpadeaban continuamente; nadie más iba por ese lugar, nadie se atrevía a tan audaz propósito.

A medida que Rodhen avanzaba se preguntaba una y otra vez el por qué de haberse metido en tan tuguriesco lugar, y no tenía ganas más que de dar la vuelta y resignarse a aguantar a la gente de las otras líneas de metro. Pero ya era demasiado tarde, así que continuó con la caminata.

En uno de los recodos del pasillo se encontró con una persona que iba dando tumbos como un borracho, vestido con andrajosos pantalones y un aspecto lamentable en todo su cuerpo. Rodhen empezó a inquietarse, ese repugnante cosquilleo empezó a recorrer todo su ser y buscó todo su coraje para continuar el camino.

El apestoso vagabundo se dio cuenta de la presencia de Rodhen y empezó a gritarle que le diera algo, una ayuda para tomarse un café. Rodhen no hizo caso y continuó. El ser inmundo lo alcanzó y le agarró por el brazo, Rodhen quiso deshacerse de aquella insidiosa extremidad pero nada pudo hacer, la fuerza de aquél monstruoso hombre era más grande de lo que se podía pensar.

"Muchacho, ¿crees que puedes pasar por mis dominios y yo no voy hacer nada? ¿Crees que puedes pasearte por el Infierno y yo no voy a pedirte nada a cambio?!!". Acabó gritando el vagabundo convertido ahora en una espantosa figura mitad hombre, mitad puerco espín.

"No, no vayas a pensar ahora, maldito humano, que soy Satanás o algún mediocre de esos, ni tan siquiera Belcebú u otro cualquiera. Soy el Mal, el mismísimo Mal en cuerpo y depravación".

Rodhen quedó un poco perplejo, pero tampoco mucho, sabía mantener la calma en los peores de los casos.

""No me asustas, asqueroso vagabundo, ni tu eres el Mal encarnado ni la madre que te parió. Suéltame ahora mismo si no quieres que te denuncie a la policía"".

El monstruo rió con fuerza.

"Está bien, mequetrefe, no soy el Mal. Pues adelante, puedes continuar, luego no digas que no te lo he dicho. Continúa, continúa".

Y el monstruo rió aún con más fuerza.

Rodhen siguió su camino con paso acelerado, acompañando a su brutal bombear de sangre que lo escuchaba por sus oídos como nunca.

Llegó por fin a la tan deseada línea Amarilla. En el anden no había nadie, ni tan siquiera una mala mujer de la limpieza u otro vagabundo durmiendo en los bancos. Nadie.

Se escuchó el sonido de la llegada de un tren. Paró, como todos los trenes, abrió sus puertas y Rodhen entró. No había nadie. Pasó entre los vagones hasta llegar a la cabeza del tren, llamó a la puerta de la cabina de mandos; nadie atendió su llamada. Llegó a la próxima estación, bajó para mirar por la ventanilla del conductor, nadie había conduciendo la máquina. Rodhen empezó a inquietarse más que antes, salió corriendo escaleras a la superficie como un loco, tampoco se encontró a nadie en su camino. Llegó al exterior de la calle, en lo que debería de ser plena ciudad, no había nada, no sólo nadie, sino sencillamente nada.

Rodhen echó la mirada atrás y la boca del suburbano desapareció. Un jadeante respirar sintió en su lado derecho de su cuello.

"No soy el Mal encarnado, ¿verdad, muchacho?".

""Verdad, verdad, tú lo has dicho, pedazo de patán. Ya te lo he dicho antes, y por mucho que te pongas caretas raras y te rías con mucho volumen de voz, no eres el Mal ni pimientos en salsa americana. Todo ésto estaba previsto, pero no sabía que iba a salir tan bien. Aparta de mi camino, imbécil"".

Rodhen miró hacia el extraño y nuevo sol, y se evaporó acompañado de leves sonidos de campanas y briznas de agua de la mañana.

C U E R P O S

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Ciclo: "El Horror en el Metropolitano".

Han pasado muchos años ya, era difícil saber en qué época o en qué tiempo se encontraba.

Sabía únicamente que estaba más o menos consciente, y sus antiguos sentidos todavía estaban receptibles a lo exterior.

Aún así no podía confiar en lo que veía cada vez que accedía al metro, ni en lo que pudiera oir con sus oídos, mucho menos en los olores que hubiera pues siempre llevaba una mascarilla ocultando su olfato. Y los guantes impedían que el tacto se pusiera en funcionamiento. Decir no había nada que decir, tan sólo rezaba a su piedra Azul para que le protegiera de la masificación de cuerpos y más cuerpos.

Cada vez que pensaba en que él podía ser el siguiente, se ponía de color gris y todos sus pensamientos se nublaban.

Llegó otro tren, vió cómo mucha de la gente que le precedía para entrar eran engullidas por la masa. Quiso escabullirse, pero tuvo que entrar; había tenido suerte, no le había tocado a él, fueron los que estaban delante los que fueron arrebatados de la existencia.

Los cuerpos en aquellos tiempos no morían, sencillamente sufrían un horrendo acoplamieto; los cuerpos se introducían en otros, formando así moles de carne que quedaban atrapados en los vagones del metro, esperando a las nuevas víctimas, sin prisa, sin miedo, sólo ansiando el horror de los otros.

Pero él sabía que era diferente a todos los demás, se sentía en la obligación de serlo, para algo había estado una eternidad entre las sombras de la duda, entre el pánico del existir o no.

Las moles de carne esperaban a lo mundano, a lo que servirá como alimento justo en el centro de Kuk, allí donde la frontera de lo espantoso no tiene limitaciones. Él era una cosa distinta, sabía perfectamente lo que era el Horror y pasar otra vez por ello sería una tomadura de pelo muy insana por parte de los Dioses.

Saber sabía cosas, pero se sabía ignoto, perdido, encontrado y buscador.

-- Ah, maldito paraíso perdido.

Se decía con los ojos del alma bien abiertos, oteándolo todo como con hambre.

En la siguiente parada se bajó y recobró el ánimo como el que vuelve a respirar después de un susto.

UN PENSAMIENTO EXTERNO

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"En el año 1996 más de cinco mil millones de seres humanos morirán a consecuencia de un virus letal. Los animales serán los únicos que resistirán la terrible plaga y volverán a reinar en el mundo".

(El Ejército de los Doce Monos)

Quizá no ocurrió tal cosa, de hecho parece que no ha pasado dado el año en el que ahora parece transcurrir todo. Pero cabe la duda, y bien rellenita. No se puede descartar puesto que los virus son de muchas clases y de mucha variedad.

En lo que no estoy de acuerdo es en lo del reino de los animales, eso ya está ocurriendo y no es precisamente un reino, los Reinos son de colores vivos y brillos dorados.

Lo que sí creo que ocurrirá no dentro de mucho es la aparición de una nueva especie de seres que evidentemente no serán para nada humanos, serán otra cosa cuyo nombre no puedo precisar en estos momentos, sé que serán Inmortales, y serán seres divinos, no sé si sencillamente Dioses o algo más.

La lógica mutación que hubiera de darse es la mezcla de el Reino Vegetal y la materia pensante; no habrá carne por medio, eso puedo asegurarlo; la carne es algo tan débil, tan vulnerable que sería un retraso introducir ese elemento.

El Reino Verde o Vegetal es el único al que se le debe algo, y ese algo es nada menos que la existencia, y a esa existencia es a la que hay que volver.

Las plantas tienen ese poder de la Eternidad que los Inmortales tánto deseamos adquirir, tanto por deseo como por necesidad.

Los Inmortales no precisan de ninguno de los actos que hace un cuerpo humano, todo en él es tosco y tendiente a la podredumbre, queramos o no. Un cuerpo está muriendo siempre, y más ahora que es encima el deseo de la mayoría de la humanidad; "Morir es ley de vida" eso no se puede olvidar.

Pero yo si, quiero olvidar eso y ser eterno, más que eso, Metaeterno, algo que ni si quiera se haya encontrado con el Principio y que por supuesto no se encontrará con el final, esos conceptos ya no existen, pertenecen al pasado, a ese pasado que huele horrendamente, porque todo pasado es fétido y retroactivo.

Falta poco para esa conjunción; Reino Verde y Reino de la Inteligencia, junto con la Omnipotencia Divina de los Deseosos de Vida.

Y si requerimos la Presencia al Reino Verde, habrá que llamar también al Reino Pétreo; los minerales y alcaloides y todos los Organismos Vivos del Subsuelo están llamados a organizar la Nueva Vida Futura. (Cuando hablo de los "organismos" del subsuelo no me refiero evidentemente a seres con sistema nervioso de cualquier tipo).

Una Planta sólo muere por falta de Amor, y el Amor es lo que rebosa en la Vida de un Inmortal, de un Mutante hacia la Metaeternidad.

Los virus que acabarán con la especie humana no son los que más o menos se puedan conocer ahora, nada que ver con la vulgar gripe o el "estreptococos" o lo que sea. Los virus de la seudocivilización humana es la comida trastocada, el ruido, las prisas tontas, la televisión, el trabajo en el sector servicios, los coches, el desconocimiento de la electricidad, los inventos inservibles, la tecnología... El mundo pisciano que todavía estertorea como un muerto que creen que está vivo.

(De los días en que todo recomenzará).

Dóstimus


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