La cafetería estaba vacía de gente; era muy temprano y acababa de abrir.
El hombre se sienta en un taburete de los que se ponen delante de la
barra. La camarera, única trabajadora a esas horas, saludó y le preguntó
por lo que iba a tomar.
- Un café solo no muy caliente y con fructosa por favor.
La camarera accedió a sus peticiones con una sonrisa y con un "sí, señor"
bastante amable para los tiempos que corrían.
El silencio en la cafetería se hacía tedioso para el hombre, así que se
llevó su mano derecha al bolsillo interior de la chaqueta y extrajo un
cristal azul claro transparente.
- Señorita, si es usted tan amable ¿Podría poner este cristal en su
lector? Es que el silencio artificial me pone malo.
La camarera de nuevo con otra sonrisa más hizo caso omiso al deseo del
hombre.
Mientras tanto, al otro lado de la puerta de la cafetería, en la calle, ni
un alma se paseaba por ella, ni un alma si quiera de coche o medio de
transporte. La camarera hizo su primer comentario:
_ Pues parece que hoy la gente se ha dormido.
El hombre echó una mirada al exterior y luego miró su reloj.
- Tan sólo será un momento.
La camarera quedó tan extrañada como muda, y empezó a darse cuenta de que
algo estaba pasando que no era lo normal.
Mientras la cristalina música sonaba, el hombre empezó a llorar, un lloro
apacible, tranquilo, un lloro de verdad.
La muchacha quedóse de nuevo perpleja y lo único que logró musitar fue un
"¿Le... Le sucede algo, señor?"
El hombre no contestó. En la calle seguía sin pasar nadie, y ningún
movimiento había, y una leve lluvia empezó a caer.
No había nube alguna en los cielos, el suelo empezó a teñirse de oro, un
oro azulado, un oro alegría.
La música seguía sonando y el hombre siguió con su lloro, su sollozo
alegre y desahogador.
La muchacha no daba a basto ante tánto hecho extraño: El reloj del local
se paró, la sinfonía seguía sonando, la lluvia de oro continuaba tintándolo
todo, y en la calle nadie había.
_ Señor, señor ¿Qué está ocurriendo? ¿Quién es usted? ¡Señor!
El hombre la miró con ojos de cristal, con ojos del color de la lluvia que
afuera estaba cayendo, y habló despacio.
- Soy el señor del Tiempo, muchacha. Tan sólo quería descansar un poco,
tan sólo quería escuchar esta sinfonía en su momento preciso, en su lugar
concreto.
En la camarera ya no había más lugar para la sorpresa. Sus ojos quedaron
más perdidos en el vacío de lo que pudiera imaginar el mismísimo Señor del
Tiempo.
- Siento muchísimo, muchacha, que hayas sido tu la testigo de este
fenómeno. Todo volverá a la normalidad cuando me haya ido.
La sinfonía daba a su término y el hombre le pidió a la pobre camarera que
le diera el Cristal Azulado, ésta se lo dio sin decir palabra.
El hombre pagó con monedas doradas de futurísimo valor. Se levantó de su
taburete y al abrir la puerta para salir a la calle, todo estaba como si no
hubiera ocurrido nada; el trasiego de los coches, el pulular de la gente y
los sonidos de la ciudad.
La cafetería se llenó de gente en un momento. Pero la gente no era la
misma, algo en sus rostros había cambiado, algo en sus comportamientos
había cambiado, una amabilidad desconocida irradiaban desde lo más profundo
de sus almas.El hombre abrió la puerta de la cafetería y tras su paso la puerta se
cerró con un peculiar sonido semejante al de una botella cuando se cierra a
presión.
Lo único que me molesta es estar en el mismo sitio donde está la gente
masificada, eso me saca de quicio.
Últimamente me pasa una cosa más extraña de lo normal, y es cuando tengo
que coger el habitual medio de transporte entre esa masa de gentío mal
lavada y desorganizada.
Lo normal es que en ese medio de transporte no se oiga más que el cotorrear
de las cotorras y el traquetear de las vías del metro. Pero de aquí a hace
unos días vengo oyendo algo nuevo, algo susurrante y que no logro escuchar
bien lo que dice.
Al principio pensé que se trataba de una musiquilla que normalmente se
ponen en los vagones, pero en el metro no suele suceder. Otras veces ocurre
que hay gente loca que se pone unos pequeños auriculares en las orejas a
todo volumen y se oye una especie de ronroneo sordo y desgradable, machacón
y aburrido.
Pero lo que oigo proviene de las rejillas del techo del vagón. Un sisear
que cada día se hace más fuerte, lo que me dió a pensar que pronto
descubriría de lo que se trataba.
Por fin llegó el día en que empecé a entender algunas palabras, muy
entrecortadas pero legible para mis oídos:
_-_- .... muert os... ent... e la... gen...te del.... undo...
Eso fue ya un gran paso, y entonces empecé mi investigación particular para
descifrar esas pocas palabras, y me dio algo interesante cuando menos:
"" Muertos entre la gente del mundo "".
Bueno, -me decía yo- muertos todos los días hay, entre guerras, el hambre,
la soledad, la incomprensión, la falsedad... ¿la soledad? ¿la
incomprensión? ¿la falsedad? Era la primera vez que pensaba que la gente
pudiera morir por esas causas.
Otro día más y las voces empezaban a ser más nítidas:
_-_- ..muertos entre la ... ente del mundo... agazapa...s entre. .
lo..vivos...........
Lo que sabía es que no debía sobrepasar los límites de la preocupación,
porque entonces estaría llamando ya a la puerta de la locura, y eso no era
bueno para mi.
Otro punto curioso del hecho extraño que acontece todos los días, es que
siempre escucho la misma frase o discurso, porque cuando me bajo en la
parada esas voces continúan su charla, y cuando llega el día siguiente
siempre empieza por el mismo punto: "muertos", pero me parece que no es el
principio original, hay otra palabra anterior, aunque sea pequeña, que
daría más lógica a lo que se intenta decir.
El día que todo lo descubrí hice algo diferente; me subí una parada antes
para poder descubrir algo más.
Al principio me desilusioné, pues no escuchaba nada de nada. Fue a la mitad
del túnel cuando empezaron las voces a emitir su discurso misterioso:
_-_- "" Los muertos entre la gente del mundo agazapados entre los vivos,
disimulando su falsedad, disimulando su soledad, haciendo que la
incomprensión cabalgue por dentro del mundo humano, para así
esconderse de su responsabilidad... "".
No podía a voz de pronto entender aquellas palabras y su sentido, sólo pude
retenerlas en mi cabeza, y con ese pesar de saberme algo loco, pues no
había nadie en aquel y aquellos vagones, que escuchara las voces
inmateriales que saben los Dioses de dónde saldrían. No había nadie que se
extrañara de nada, no había nadie, sólo eran gente.No entiendo como haciendo todos los días exactamente lo mismo, noto que
cada día es nuevo y renacedor de vivencias extraordinarias, será que
sencillamente bulle la vida dentro de mí.
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