Ahora, en esta, te puedes morir, pero no lo hagas, por farol, es: El Adiós a la Vida, de Puccini.




TERCERA PARTE

(Quinto Capítulo)

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( Reencuentros)


Habíamos dejado a nuestros Músicos en El Jardín de las Hadas. Estaban Haydn y el señor Anónimo que iban a ver a Purcell, que estaba en compañía de otros músicos; Buxtehude, Monteverdi y Kítaro. Allí charlaron alegremente sobre la vida y sus colores, las formas que toman los aspectos de la historia y de varias cosas más. Y además, resolvieron un enigma que propuso el señor Anónimo, que era el siguiente: La Reina Madre del Reino Unido celebra todos los años, desde hace ya muchos, su funeral, con toda la parafernalia que eso conlleva; los carruajes, las barandas que separan a la gente de la calzada por todo el camino que va a seguir el Féretro de Su Majestad, la Guardia Real, en fin, un espectáculo de mucho cuidado.

Todo esto se veía por una ventana hologramática que se encontraba allí porque sí, porque les daba la gana y ya está. El señor Anónimo invitó a asomarse al señor Haydn y le preguntó qué era lo que veía; éste se lo contó, y la siguiente apreciación a la que le invitó el señor Anónimo fué ésta:

--- Y qué es lo que escucha, señor Haydn.

--- Pues el bullicio tranquilo de la gente, la calle en general... En fin, no sé, lo que supongo se escucha en una ciudad con tráfico.

--- Si, pero hay algo que "suena" y es por lo que la Reina Madre celebra su funeral todos los años.

--- Explíquese, señor Anónimo.

Inquirió Purcell.

--- Caballeros, estoy convencido de que la Reina Madre, aparte de querer reirse todos los años de la muerte, y de querer ver a la gente congregarse para decir el último adiós a su Majestad, lo hace por escuchar la Magnífica obra Maestra que usted, señor Purcell, compuso para el triste día en que su amada, Reina Mary, dejó el mundo de los vivos. Si señores, esa Marcha Fúnebre tan colosal, hace que la Reina Madre viva y viva y viva todos los años que sean.

"Sé que parece una tontería, una burla que les hago a ustedes y a la historia, pero esa Marcha Fúnebre, por muy contradictorio que les parezca, a la Reina Madre le hace vivir. Para qué le serviría una vez muerta, esa gloriosa música.

"¿Para qué demonios sirve componer música a los muertos, sino hay creencia en la Reencarnación?

"¿Para qué poner agua en el abrevadero,- como dijo Marin Marais - si los que mueren, creemos que mueren de verdad?

"Esa música, señor Purcell, no es para los muertos. Esa música es para pasear por una Galería Imperial repleta de estatuas y árboles gigantes, para recordar nuestra próxima vida, para elevar nuestra mirada más allá de lo que uno ve. Esa música, señor Purcell, es para Vivir.

El señor Anónimo se quedó con la mirada perdida, y los demás músicos, quedaron en silencio para no distraer a las palabras que todavía quedaban suspendidas en el aire del Semicírculo de los Abedules.

Así entonces, Haydn y el señor Anónimo, pasando un pequeño rato, con todas las reverencias y buenos modales, se despidieron de los allí congregados, para seguir su paseo por el Palacio de, ( ya sabeis el nombre tán extraño ) Heiligenstadt, pues muchos eran los lugares y rincones diferentes y mágicos que habían de recorrer.

Una vez fuera del recinto del Bosque de las Hadas, siguieron su caminar por diversos pasillos, páramos y paseos. Sus pisadas no parecían conmover al Tiempo, el Espacio parecía no inmutarse, el Aroma que exhalaban los árboles, paredes y mármoles de los suelos, no perturbaban en absoluto los pensamientos de nuestros paseantes....

--- ¡ Pero quiere dejar de decir horteradas y seguir con la historia! ¡ Le está dando un ataque al hipotálamo conceptual, de un par de hipocóndrias lo menos de dos ! ¡ Carámbanos con los conceptos lustrenses !

Exhortó de repente el señor Haydn, en un ataque exabrupto total.

--- ¿Pero qué le ocurre, mi querido amigo Haydn? ¿Se encuentra bien?

--- Si... si, creo que sí, disculpe usted, señor Anónimo, no sé lo que me ha pasado, aunque creo que...

Calló de repente y miro hacia su izquierda.

--- Ya sé lo que ha ocurrido, amigo mío, - explicóse el señor Haydn - acabamos de pasar por el ámbito de los locos músicos surrealistas. Si es que no se les mete en la cabeza que esa puerta la tienen que mantener cerrada a cal y canto, ¡Leches! Luego, claro, pasa lo que pasa y acontece lo que acontece, uno pasea tan tranquilo por sus alrrededores sin darse cuenta, y ¡hala! a desbarrar se ha dicho.

--- Pues nada nada, señor Haydn, alejémonos rápido, no vaya a ser que encima tengamos que escuchar sus chirridos espeluznantes, entonces si que ya nos volvemos tarumbas en cuestión de segundos.

Y fué lo que hicieron.

Ya a esas horas, en el Palacio y todo el conjunto arquitectónico que lo formaban, los Siete Soles que alumbraban el lugar, se iban poniendo, con lo cual la luz que empezaba a aparecer, lo tornaba todo de colores majestuosos y sugerentes, para ir a visitar por fin, otro Rincón Mágico del Palacio.

LOS VALLES DEL RIN

En éste nuevo lugar, todo es diferente; grandes Cipreses milenarios, matorrales antiguos como la vida, arroyos cristalinos y el aleteo elegante de las aves rapaces, en lo alto de las montañas, colinas y peñascos que conformaban el lugar.


SEXTO CAPÍTULO

(Pertenece a la Tercera Parte)
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En los Valles del Rin, todo eran los sonidos del bosque, del viento, de los Halcones, y de vez en cuando, una voz cantando a lo lejos o una Flauta hecha sonar por pulmones de Angel.

Por fin, nuestros paseantes, paran a la orden de Haydn, al hacer una señal de atención.

--- ¿Qué ocurre ahora, señor Haydn?

--- Amigo Anónimo, este es el Momento más esperado por todos los Músicos, aquí van a reunirse Músicos de lo más variado y de lo más separado en el Tiempo.

--- ¿Pero por qué habla tan bajito?

--- Porque no quiero que estropeemos el primer Reencuentro.

"Aquí y ahora, se van a dar cita desde San Ambrosio, pasando por, Gregorio el Grande, hasta el mismísimo, Beethoven. Y también, Byrd, Machaut, Josquin Desprez, Dufay, Bruckner, y el colmo de lo moderno, Vángelis, Halpern, Demby? En fin, un montón de personajes de la Historia de la Música, que no es fácil ver todos los días.

"Ahora silencio, porque viene el primer Reencuentro. Mire, ahí aparece su Excelencia, la Abadesa de Bingen, Hildegarda.

--- ¡ Por todos los Dioses ! - exclamó el señor Anónimo - Si parece que hay tres personas metidas en una.

--- Por favor, amigo Anónimo, un poco de respeto. Hildegarda, tenía más poderes que el Papa de esa época. No sólo hacía Música inspirada, - como ella decía - por los Cielos si no que era Diplomática, trataba con los Reyes como si tal cosa, fundó varios Conventos y era muy respetada por Roma. Se saltó a la torera a la Orden del Cister... Pero... ¿Usted sabe ante quién estamos?

--- Vale, hombre, tranquilo, si sólo era que me había impresionado su figura. Y claro que sé ante quién estamos, pues no la conoceré yo ni ná. El día en que reencarnó yo estaba allí. Lo menos pesó unos quince kilos, una barbaridad. Conozco a todos los músicos señor Haydn, y a Hildegarda hacía mucho tiempo que no la veía.

--- Bueno, bueno, calle ya, que el reencuentro que va a tener la Abadesa es nada menos que con Beethoven.

Y así fue, pues por otro de los caminos apareció el mencionado Beethoven, y con la energía de un chaval, se subió a uno de los peñascos del lugar, y él en uno de esos promontorios y Hildegarda en otro, comenzaron la charla.

--- Abadesa Von Bingen, mis respetos.

Saludó Beethoven con reverencia incluida.

--- Lo mismo le digo herrr Beethoven.

Hay que tener en cuenta que Hildegarda tiene un acento muy alemán, Beethoven también, pero se le nota menos, pero a la Abadesa?.

--- La envidio sanamente, Hildegarda, - continuó Beethoven - lo digo por el "Von" que lleva usted delante de sus Honorables Apellidos. Yo me quedé con un "Van" más pobre que un flamenco en paro.

--- ¡Ah! No se queje, herrr Beethoven, usted tuvo mucho más suerrrte que yo. Usted se liberró de los clérrigos en un santiamén. Yo tuve que lucharrr toda mi vida parra que me dejarran en paz y hacerr lo que mis amadísimos Cielos me dictaban.

--- Algo de razón leva usted. Pero no me quedé sentado ante un escritorio y? hale, a componer tan tranquilo se ha dicho. No, mi Señora. Los clérigos estaban a cierta distancia, pero los que no estaban a distancia era la gentuza vienesa; arrogantes, envidiosos, truhanes? ¡Bah! Mala gente.

--- Mala gente, si señorrr, herrr Beethoven, pero eso ha existido siemprre, y siemprre se ha hecho lo mismo, pasarrles porr encima de sus pobrres cabezotas, unos pamplinas sin más ni más. Perrro, y del Cisterr ¿ Qué me dice de la Orrden del Cisterr ? Aquello erra lucha mi querrido Beethoven. Yo no sé si fue coincidencia o hubo causa, me rrefierro al hecho de que la crreación de dicha Orrden y mi nacimiento fuerra en el mismísimo año, mil noventa y ocho parra serr más prrecisa. Crreo que eso me dio la fuerrza suficiente para enfrrentarrme a ellos y hacerr lo que yo querría hacerr.

--- Si que es curioso, mi querida Amiga. Yo desde luego que no lo tuve tan difícil, creo que con la sordera tenía suficiente.

--- Porr cierrto, ¿Cómo ha hecho para oir tan bien ahora?

--- Bueno, comprenderá usted, que estos tiempos ya no son lo mismo, y en el Espacio en que nos estamos moviendo, pues menos todavía. Ahora oigo hasta la respiración de las hormigas cuando están descansando bajo tierra. ¿ Es increíble verdad ? Es que hace unos días me fui con un amigo que he conocido aquí, en el Palacio, es músico también, su nombre es Vángelis, y nos fuimos a una estación Espacial que está por ahí lejos; Espacio Profundo Nueve, es su nombre exacto. Allí nos encontramos con un tipo muy amable, que en su tiempo tenía problemas de visión - bueno, su nombre es Lafors - y ahora lo ve absolutamente todo, y es que lleva unos circuitos integrados en el cerebro que están muy bien, así que me dije, " pues yo quiero eso mismo, pero para mis oídos". Dicho y hecho, y ahora es una maravilla, lo oigo todo.


SÉPTIMO CAPÍTULO

(Pertenece a la tercera parte)
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-- Pues mirre (por esto es lo que dije antes que tenía mucho acento) que me alegrro, herr Beethoven, de que se haya currado ya de su odiosa enferrmedad, es un verrdaderro incorrdio hacerr música con los oídos fuerra de cirrculación.

Dijo Von Bingen.

-- Muchas gracias, querida Hildegarda. Pero no crea, en muchas ocasiones llegué a pensar que si no hubiera sido por eso, no habría creado la música que creé. No estoy salvando de la quema a la sordera, que ahora mismo si pudiera acabaría con ese mal y con todos los existentes.

" Si se fija, todos los que hemos sufrido algún mal en los diversos sentidos de percepción, hemos destacado más que otros. Aunque la verdad, destacan los innovadores, sean ciegos, sordos o mancos.

-- Cuanta rrazón tiene, herr Beethoven. Yo desde luego no sufrrí grrandes trrastorrnos físicos, perro espirrituales y anímicos muchos. Perro mi cabeconerría erra más grrande que la de cualquierr rrey o papa.

" Yo quise bajarr de los Cielos la Música que había en ellos, y las bajé, ni papas ni leches. Yo crreía en algo más que en dios, de lo contrrárrio no habrría hecho lo que hice.

" Con la Música divisé todos los infinitos, Espírritus que vagaban con sus Poderres y su Luz, y los plasmé en mis canciones y letanías.

-- ¡ Qué hermoso !

Le contestó Beethoven con la mirada perdida, porque en estos casos hay que quedarse con la mirada perdida.

De repente, apereció de entre las rocas otro nuevo músico, se trataba del Padre Victoria.

-- Blasfema, corruptora de las ideas de la Iglesia, profanadora . . .

-- ¡ Como se atreve !? ¿ Y como ha llegado hasta aquí ?

Le amonestó Beethoven.

-- Y usted se calla, maldito, hereje, mal criado.

Los dos espectadores, -apostados entre los matojos del lugar- Haydn y el Señor Anónimo, se estaban quedando perplejos ante tal espectáculo.

-- Eso, señor Haydn -le preguntaba el señor Anónimo- ¿Cómo ha llegado hasta esta zona el Padre Victoria?

-- Habrá encontrado algún lapsus en las maniobras de apertura, y se ha colado, qué tío.

Y el Padre Victoria seguía con lo suyo.

-- Porque ustedes los herejes, han hecho de la Música del santísimo padre que está en los cielos santificado sea tu nombre así como....

-- ¡Ande ya, abuelo!

-- Hale, ahora sale a escena el que faltaba, Wagner.

Comentó Haydn. Y Wagner continuó.

-- Usted no sabe ná de ná, Victoria. El Principio fue de otra manera. Cuando Odin salió de sus Mares Primordiales, cuando Tyr Tiuz elevó su espada por encima de los Cielos Estelares, y cuando Thor golpeó con su Martillo Dorado al Inicio, empezó la Vida aquí en la Tierra.

-- Menos lobos, Wagnerito.

Le interrumpió Beethoven.

-- Que tu mucho fardar ahora de Mitología, pero luego te sales por la tangente y por la cóncava y por donde sea con tu ópera "La Puerta de los Dioses", donde sale la Virgen María y toda la trupé. Falso, más que falso.

-- Pero colega -le decía Wagner con cara de estupefacción- si tu eres mi Maestro, si soy un fan tuyo imperterritorial, si yo...

-- ¡Nada! Si quieres contar algo de los Dioses, pues lo cuentas, pero no te andes con ambigüedades.

-- Oi, oi, oi, oi, como está la cosa, señor Haydn.

-- Desde luego, amigo Anónimo, va haber que hacer algo.

Allí empezaron a salir más gente que en un encierro de San Fermín.

El Padre Victoria discutía con Buxtehude sobre lo carca que era uno y otro.

Vivaldi le daba tobas en la nariz a Wagner.

Haendel se lo estaba pasando en grande tirando por los acantilados a Schomberg, Varese, Nono, Berg, De Pablo, y a quien se le pusiera delante que tuviera que ver con la música contemporánea.

Machaut y Dufay compartían unos buenos vasos de vino francés.

Schubert estaba alelado como de costumbre, con lo que ocurría, y se distrajo con unas mariposas que por allí pasaban.

Mozart daba de bofetadas al que hizo "Amadeus".

Querubini, Lasso y Verdi discutían del italianismo y de si hacían la Fuerza del Olivo Musical.

Morales intentaba convencer a Cabezón que el Órgano de sexto tono es mejor en el Kurzbuei HTX 2000 que en uno de Iglesia.

Enya tiraba de los pelos a Ciani, que se intentaba quedar con un disco compacto por la cara de la otra, de Enya, ésta le decía que no era posible, que encima de que no vende, no va a ir regalándolos por ahí.

Beethoven y Hildegarda no daban crédito a lo que estaban viendo.







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