Azul quirófano
(1988-1996, selección)
¡Antillas!
Y quien dice ¡Antillas!, dice
Rosario de resignaciones, quédate
parado en la cresta de tus antiguas olas,
o anda como un lázaro de cuatro centavos,
o sumérgete en el lago agonizante de un suspiro,
o huele lo que vuela en el viento ululante.
Ven a ver las mujeres de tus islas, las bellas
sonrisas de ojos tan oscuros que dan sueño;
sal a sentir la sal de este mar de soles,
sal de ese salón donde un pródigo solenodonte
cacarea palabras descascaradas,
y después vuelve a gritar
¡Antillas!
a los cuatro vientos, a los siete caminos,
a las treinta y seis ocasiones de amar la vida,
y ponte a amar esta encervezada, enrevesada, embelesada
vida de las islas, donde errar es lo correcto.
Con manos de calamita, dinamitas calamidades
largas como mentirse a los veinte años,
como tratar desnudos con fantasmas desilusionados,
como la cuesta abajo de esa pasión llamada impaciencia,
y concluyes que es peor sobresalir que sobrequedarse abajo
a llenar llantas con llantos de aire y humo,
desencantado de todo, y sobre todo,
de las togas con troneras, de las sillas heredadas,
de esa inefable manera de no ser nadie
en estas islas de pan francés,
de pañales españoles para ingles inglesas,
¡islas de no-se-sabe-quién-dijo-islas-primero!
porque, si naciste allí, no has nacido todavía.
À mon condor
Mientras llega tu mañana, rompe con todo;
sé tan sólo tú, aunque pagues el precio
de conocer el vacío que vive en cada sombra.
Sal de ti y ponte a amar
la primera forma bella que a tu paso encuentres.
Habítala sin dudas: tu deseo nunca miente.
Aléjate de quienes, por envidia o por prudencia,
intenten frenar tu marcha.
Conserva un buen libro, un par de amigos,
el amor a lo bello y tu inocencia.
Después vendrá la orden
que te hará morder el polvo,
y te verás cambiar hasta no reconocerte.
Lámina animal
Da vida esta ávida dádiva de Navidad,
aliento de mula y buey para un Infante Hierofante
que a hierro hiere a veces un abc de voces
y como un pez ebrio de luz, lámina animal,
ha venido a dictaminar salvaciones y milagros.
Duda el Rey Mago de sus dos colegas,
pero saluda, sin eludir el símbolo.
Y aun así,
a los que temen decirse a sí mismos en el coro
de los ángeles,
a los callados, sí, a los fantasmas,
¿quién los convoca?
Entre cojas cosas encogidas escogen sus vidas,
ante secas fuentes lloran,
y contra muros de silencio llegan bailando
a coronar sus testas con rudos golpes.
La noche es un pozo que viaja todo el día,
y hasta allí van a abrevarse los que sufren,
entre caimanes taimados, sí, y entre escorpiones,
mientras los buitres hunden un célebre pico
en los despojos de cada virtuoso,
y orando y llorando, orondos como mitrados,
se van los tigres a profesar su saciedad.
La inmensa verruga de luz todavía está en el cielo.
La miran las culebras, a estas alturas, hartas,
mientras sueñan que son armiños.
La sonrisa del Niño que todo lo puede
no cabe en esta estampa:
hay demasiadas bestias a su lado.
La Fasti-Diosa
Quebrada en su maraña, sólida
(pero apenas es una máquina que no hace café)
circula a veces de halcón en telégrafo,
de helicóptero en candado,
de azucena en cigarrillos,
de mañana en bisagra,
de llavero en balcón como un venado que viene
de vez en cuando,
de tarde en trenes,
de lluvia en postales,
de llamada en boletines,
de sospecha en cucharadas,
y sentada como Dios (se le ven las piernas),
siempre sucede entre las cosas y el espanto,
entre la tarde y el pecho,
entre los dedos y otro rato más después de la cena.
¿Llamas, o sólo finges ser quién sabe qué secante?
¿que te aturde la realidad
allí donde no hay la menor duda?
¿Y qué?
a ella le importa más su madeja que tus hipocondrios,
y se va desde que enciendes,
con tus ojos, la hoguera.
Te fastidia, ¿no es así?
todo en ella brilla más que, en la noche, tu espera.
Es como la sombra, pero sin el perfume:
no se arrastra ni se entiende con la noche,
y sin embargo, se mueve,
bajo las cuadras y los océanos,
entre los tarros y los pensamientos, se mueve
desde las seis hasta el último anaquel.
Y cuando cae desde el balcón, como una mirada,
va a estrellarse contra el murmullo detenido
de las horas, y sin embargo,
se mueve entre cadáveres que desentierran, otra vez,
ese mendrugo de pasos y escaleras
que ni traen ni llevan a ninguna parte.
Y cuando se cansa, es como si se hundiera,
pero más perfecta.
Vive donde no quedan sino abismos
entre una voz y otra,
y sin embargo, se mueve como si fuera irresistible.
Llámala vida, si te atreves a nombrarla,
pero si no, impídele nombrarte:
ella siempre se equivoca.
Consuelo para gotas
Camino del lago con su cuerpo a cuestas,
para al fin ir a perderse entre burbujas y peces,
ya suelta, casi pateando, un último quejido.
Al aire ella llamaba su máxima locura, y avanzaba
entre cardos y escolopendras, dudando,
pero qué brillo perdían cada vez más sus ojos.
Esa gota tuvo un día conciencia de ser agua,
y en el lago pensaba resolver su destino,
como alguien que escribe una vida ajena.
Hoy acude, ya sin prisa, a su última cita.
Mañana, sólo el agua la echará de menos.
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